Un libro recientemente publicado por un antiguo alto funcionario de la CIA, experto en Latinoamérica y basado en conversaciones con ex funcionarios del servicio de inteligencia cubano que han abandonado la causa revolucionaria y la isla, revela datos importantes sobre los planes de Fidel Castro de asesinar a cuatro dictadores latinoamericanos.
Cronológicamente el primero fue un plan para asesinar a Trujillo inmediatamente después de la fracasada expedición organizada por el dictador dominicano en agosto de 1959 contra Castro con el envío de un avión con batistianos y armas a Trinidad, Cuba. El ex agente de inteligencia Dariel Alarcón Ramírez (“Benigno”) quien luchó con el Che en Bolivia, reveló que Castro ordenó matar a Trujillo a Derminio Escalona, quien había estado muy activo en los entrenamientos de los expedicionarios del 14 de junio. Por supuesto, no lo logró y debido al ambiente represivo de la época, es probable que ni siquiera pudo enviar a alguien al país, o contactar a dominicanos dispuestos a hacerlo.
En 1973 Fidel ordenó no matar, sino capturar -a la Galíndez y Eichmann-, al ex dictador cubano Fulgencio Batista y transportarlo a Cuba para allí enjuiciarlo. Comandos cubanos estuvieron listos para raptarlo cerca de Lisboa, donde vivía en una casa amurallada, drogarlo y transportarlo en un barco mercantil cubano. Si no se le podía capturar se le mataría, pero Batista falleció de causas naturales poco antes del inicio de la puesta en ejecución de la operación.
En 1980 Somoza fue asesinado en Paraguay. El agente cubano Jorge Masseri, por órdenes de Manuel Piñeyro (“Barbarroja”), su padrino, organizó el plan en Cuba, en el cual participaron argentinos, quienes luego pudieron escapar. El primer bazookaso falló, pero el segundo destruyó el carro blindado y a todos los pasajeros.
En 1986 los cubanos trataron de asesinar a Augusto Pinochet. Entrenaron en Cuba a unos chilenos pero éstos cambiaron el plan en el último minuto, tirando primero, antes de activar explosivos, en una carretera en las afueras de Santiago de Chile. Las armas habían sido descargadas de un barco de pesca cubano en un lugar aislado en la corte norte de Chile. El vehículo blindado de Pinochet recibió el impacto de ametralladoras y granadas, pero el dictador sólo sufrió heridas breves, muriendo cinco guardaespaldas y once fueron heridos. Los atacantes chilenos pudieron regresar a Cuba.
Pero la parte más sensacional del libro es donde un ex agente de inteligencia cubano reveló que Castro sabía de un plan americano, aprobado nada menos que por Bobby Kennedy, para asesinarlo. Poco después tuvo otra información, procedente de Lee Harvey Oswald, a través del consulado cubano en México, el cual Oswald había visitado anteriormente. Oswald informó que asesinaría a Kennedy en Dallas. Castro decidió no informar eso a los americanos, pero sí instruyó a Florentino Aspillaga Lombard, el mejor informado y más condecorado agente de inteligencia cubano que se haya separado de esos servicios, quien se dedicaba, en Jaimanitas, a escuchar diariamente los mensajes de la CIA, para que el día en que Kennedy sería asesinado desistiese de esa labor, primera y única vez que recibiría esas instrucciones, y escuchara las estaciones de radio de Dallas. Fidel Castro durante dos días previos al asesinato había pasado varias horas con Jean Daniel, el principal corresponsal del periódico “L’Express” de París. Para sorpresa de Daniel, Fidel le invitó a una tercera reunión pues quería a alguien importante que estuviese con él cuando el mundo se enterase de los sucesos de Dallas. En este caso de asesinato, según Brian Latell, autor del libro, el papel de Castro fue pasivo. Los americanos lo querían matar a él, sabía lo del plan de Dallas y no avisó.
Brian Latell explica que el gran experto en la CIA sobre Fidel Castro le confesó: “Yo creo que los cubanos tienen el mejor servicio de inteligencia del mundo”.
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